Querida comunidad diocesana:
Al celebrarse el día internacional de los trabajadores, al que la Iglesia se une con la memoria de san José obrero, quisiera hacer llegar mi saludo a todas y todos los trabajadores de Lanús y Avellaneda en esta jornada que nos invita a reconocer con gratitud el aporte de todos y de cada uno y, al mismo tiempo, a reafirmar la dignidad del trabajo humano. De modo particular, saludo a quienes trabajan en el ámbito de la salud y los servicios esenciales, que cuidan y sostienen —muchas veces con entrega admirable— la vida de nuestro pueblo, especialmente en estos años de pandemia. Saludo también de modo particular a tantas mujeres y tantos hombres en situación de desocupación, o en empleos precarizados o informales; consciente de las angustias que atraviesan y de los esfuerzos que hacen cada día, sin renunciar a la esperanza de un futuro y un presente mejor para ustedes y sus familias, y aún en favor de otros que comparten su misma situación, quisiera manifestarles nuevamente hoy mi solidaridad y mi cercanía.
Cuando llegué a la Diócesis, hace poco más de medio año, el 24 de septiembre de 2021, era consciente de que me recibía una Iglesia rica en historia, que había acompañado la fe, las luchas y las esperanzas de una población mayoritariamente obrera. Esa realidad hace ya tiempo ha cambiado. A medida que voy conociendo más y mejor nuestras comunidades y la sociedad más amplia, a través de los muchos encuentros de estos meses, voy palpando también qué profunda es la herida de la desocupación, la subocupación o el trabajo precario para nuestro pueblo. Avellaneda y Lanús son territorios que claman por trabajo, y trabajo digno y humano.
Es una realidad compleja, que compartimos con muchos otros sectores del Gran Buenos Aires, del país y de nuestra América Latina, y que corresponde incluso a un escenario global cada vez más desafiante en lo que se refiere al mundo del trabajo. Ciertamente la situación de pandemia ha agudizado las contradicciones y profundizado las brechas de inequidad e injusticia. Como pastor de esta Iglesia diocesana, no puedo dejar de preguntarme qué pasos estamos llamados a dar, como comunidades cristianas y como pueblo, para gestar un futuro más incluyente y humano, sin ceder a la tentación del «sálvese quien pueda», de la cultura de la indiferencia y del descarte.
En varias ocasiones, el Papa Francisco ha llamado la atención sobre esta realidad compleja que llama a un compromiso conjunto y sostenido. La preocupación por la dignidad de los trabajadores y por la situación actual del mundo del trabajo ha estado presente en sus palabras y en sus gestos, desde el primer momento de su ministerio. [1]. El año pasado, dirigiéndose a la Organización Internacional del Trabajo, recordaba los efectos devastadores que ha tenido la pandemia en este sentido: «un aumento de la pobreza, el desempleo, el subempleo, el incremento de la informalidad del trabajo, el retraso en la incorporación de los jóvenes al mercado laboral, que esto es muy grave, el aumento del trabajo infantil, más grave aún, la vulnerabilidad al tráfico de personas, la inseguridad alimentaria y una mayor exposición a la infección entre poblaciones como los enfermos y los ancianos.[2].
Y añadía: «La actual pandemia nos ha recordado que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren. Todos somos frágiles y, al mismo tiempo, todos de gran valor. Ojalá nos estremezca profundamente lo que está ocurriendo a nuestro alrededor. Ha llegado el momento de eliminar las desigualdades, de curar la injusticia que está minando la salud de toda la familia humana» [3].
Con mi mensaje, me uno a este llamamiento del Papa: ojalá nos estremezca profundamente la realidad desafiante, angustiante incluso, que representa el trabajo para tantas hermanas y tantos hermanos nuestros. Que nos estremezca a todas y todos —gobernantes, dirigentes, empleadores, trabajadores, ciudadanos…—, que nos comprometa a todas y todos. Que nos comprometa, de modo particular, como comunidades cristianas, conscientes de que «de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad».
Que san José, custodio de Jesús y María y obrero en Nazaret, interceda por nosotros y nos enseñe a ser custodios de la vida digna de cada hermana y hermano.
Reciban mi saludo y mi bendición de padre y pastor.
Padre Obispo Maxi Margni
Obispo de Avellaneda-Lanús
[1] Bastaría releer, por ejemplo, algunos párrafos de su Exhortación apostólica Evangelii gaudium, de 2013 (esp. n. 192), o de su Carta encíclica Fratelli tutti, de 2020 (esp. n. 162).
[2] Videomensaje con motivo de la 109 reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, 17 de junio de 2021.
[3] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 186.